La historia de la relación entre Dios y su gente se caracteriza de la liberación de la esclavitud y de una Alianza firme. Nosotros somos para siempre la gente de Dios, y Dios está con nosotros para siempre. A veces la fragilidad de nuestra humanidad nos causa olvidar la promesa de Dios, de perder la esperanza, de dejar de la fidelidad. Pero para siempre Dios está a nuestro lado, esperando nuestro regreso.
Jesucristo realizó la debilidad del ser humano. Por eso, quiso dejar un recuerdo de la Alianza. Dejó su cuerpo y su sangre en la eucaristía para recordarnos de la Alianza entre Dios y nosotros, de la liberación con que Dios nos regaló y que Jesucristo aseguró por su muerte y resurrección.
El genio de la iglesia católica es siempre hacer accesible los misterios de nuestra fé. No está reservado para los poderosos, los ricos, los de privilegio. Cada persona, en su pobreza y simplicidad, puede gozar de los sacramentos del amor de Dios. Pan y vino, comida y bebida de cada día se ofrecen cada día a todos, a los enfermos, a los ancianos, a los retrasados, a los margenilizados. La liberación es la herencia de los oprimidos, de los encarcelados, de los esclavos de los sistemas de opresión, de las víctimas de la guerra; y, mas, de los opresores, de los ejércitos, de los jefes de gobiernos injustos.
La eucaristía es Comunión verdadera. Porque estamos en una comunión con uno a otro, dondequiera en el mundo, para reconocer y celebrar la Alianza entre Dios y su gente y para luchar por justicia.
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